miércoles, 15 de enero de 2014

El sexo sentido



Hoy he hecho el amor y me ha salido buenísimo.

Una luz roja parpadeante a punto de apagarse en cualquier instante. Humo que salía ininterrumpido a la solitaria calle y noche fresca, oculta tras un abrigo negro largo que llegaba a la altura del tobillo, lugar donde empezaba el largo tacón que golpeaba contra el suelo haciéndose notar.

El coche se paro justo delante de mi y una ventanilla se bajó para escucharle diciéndole:"Sube". Su voz ya de por si, cautivadora, me incitó a apagar el cigarrillo, mirar a ambos lados de la calle y meterme sigilosa en aquel coche rojo de cristales tintados. Sin hacer ruido, sin ojos fisgones de esos que se quieren unir a la velada, de esos que hablan de tríos ya consumados en su imaginación, de los que creen saber dónde se encuentra el punto G, o el A, o el T o el J, porque puestos a poner, le dan a todo por contar de seguir. Pero eso es otro capítulo aparte.

Giré la cabeza y allí estaba él, con las dos manos al volante, el pelo repeinado y engominado, la calefacción puesta y la radio que contaba peripecias de personas desalmadas que buscan consuelo en las ondas, al igual que los hay quienes lo buscan tras una pantalla, o tras un móvil. Eso me hizo pensar de repente, en la gran cantidad de gente que conocía que al encerrarse en su guarida, o en la habitación, o en su habitáculo, conectaban con su verdadero yo, ese que esconden por miedo, vergüenza o venganza. O los que empiezan su auténtica vida, con un mensaje que hacen que se acelere el corazón, no por el contenido sino por la remitente. O los que sacan el látigo y el antifaz y esperan que su ama les diga lo que tienen que hacer. Los mismos que luego se suben a un estrado a frotarse las manos.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La luz se puso verde y en un arrebato de pasión después de tanto tiempo sin verle, me lancé a su cuello, me volví a embriagar de su perfume y dejé que mis manos se deslizaran por su cuerpo. Su mano me agarró del pelo y susurrándome al oído, mientras escuchaba sus palabras, mientras el aliento de su voz se introducía en mi canal auditivo, mis ojos se iban cerrando y el carmín de mis labios iba dejando huella, marcando territorio. ´
Frenó en seco y me pidió que me calmara mientras su mano se pasaba de la palanca de cambios a mi rodilla e iba subiendo. Yo me reía, pero apenas me daba tregua.

Los cristales empezaron a empañarse y la luz de las farolas era la única testigo de aquel encuentro. Le miré con las ganas de quien sabe que a pesar del tiempo, de las circunstancias y de los vendavales, de la cantidad de agua mojada que había llovido durante imperdurables días y noches solitarias.

Sí. Lo reconozco. Las mujeres tenemos un sexo sentido para ver determinadas cosas, para hacernos las tontas y para creernos más listas de lo que somos. Últimamente me he dado cuenta de que hay muchas reinas sin corona y damiselas en apuros enamoradas de caballeros de armaduras oxidadas, de caballeros sin caballo pero que  montan a la primera que pillan o soldados valientes que se enamoran del amor tras fracasos esperados. El mundo es un caos y yo me enamoro, pero, ¿quién dijo que no se podía una recomponer la melena, sacudirse el polvo de los que ya fueron, subirse a los altos tacones y volver a pisar con garbo, como antaño, siendo la que siempre he sido.

Y es que no hay más que ver esas muecas sostenidas por gafas, esos ojos ido al norte, esas palabras viciadas de falta de pasión... Y los años pasan y lo que soportan sobre sus cabezas se hace cada vez más grande. Definitivamente, creo que muchas desconectan el chip del sentido común y se dejan llevar por la necesidad.

La carretera estaba completamente desierta. Dejó el coche en el mirador y se bajó a fumarse un cigarrillo. La ciudad estaba completamente iluminada, despuntando lucecitas de vidas ocultas tras los tejados. Me eché sobre su hombro y me abrazó con tanta fuerza que casi se quedaba sin respiración, como cada vez que sucumbíamos en su cama a las pasiones y las ganas.

Miré al cielo y sonreí. Si no lo vivo no lo creo. Sin duda, los propósitos de este 2014 iban a ser muy distintos al anterior, porque había aprendido más que nunca, aunque nunca es suficiente. Manipuladores engalanados de mentiras que chupan las ganas de quien le promete un cargo a cambio de cargarse a quien se interponga en su camino, profesionales de enseñar desesperados por tocar con sus métodos educativos los falos vía mensajes, que pagan a acompañantes para cenas de empresa y proclaman a los cuatro vientos su amor por mensajeras palomitas que se creen afortunadas de sostener en sus manos al hombre su vida y cantantes viajeros enamorados de su instrumental y de cuantas mujeres se le pongan por delante, o por detrás, que no han olvidado a su ex y que no crecen ni evolucionan. Sí que ha sido agitado este año. Tanto como para poder contar con pelos y señales muchos encuentros con muchos de ellos, porque ellos son ese sexo sentido que saben que sigo hablando de ellos, bien porque se pasen por aquí bien porque les comenten que mis afiladas letras han vuelto a recordarles.

No hay más ni menos. Nuestros labios se volvieron a unir. Mi lengua rozó de nuevo sus labios sonando a un "te he echado mucho de menos", sus manos recorrieron mi cuerpo otra vez con un "me alegro de volver a tenerte" y sus ojos me gritaban llenos de pasión "me muero de ganas por enredarme en la cama contigo".

Todo termina por volver al sitio donde debían estar. Cada uno está con quien quiere estar o con quien cree que merece. Al final, finaliza y empieza todo. A veces parece que no, pero vivir, funciona. Así que desayunemos juntos, y luego ya, nos comemos lo que quede del mundo.

Fuente: diario de los tacones rojos

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