“Quizás algunas mujeres no pueden ser domesticadas.
Quizás necesitan correr libres hasta que encuentren alguien tan salvaje
con el que seguir corriendo.”.
Estaba ordenando el armario, algo que
suelo hacer muy a menudo, dado que la frenética vida de la semana, que
hace que saque lo primero que veo (en el sentido figurado) y vaya
haciendo una pequeña montaña de trapos, que aunque te empeñes en doblar
cuidadosamente, siempre terminan manga por hombro.
Aunque parezca una tontería, la ropa nos
suele recordar momentos, o personas, situaciones, y nos transportan a
ese instante. Creo que nadie podrá olvidar unos tacones rosas (sí,
cambios de color de última hora), abrigos rojos, cafeterías en madera y
sonrisas escondidas tímidamente tras gafas de sol, con tés sin teína,
que ya demasiado estrés produce el día a día como para añadirle un toque
más.
Con mi montaña de ropa y mis sueños
esparcidos encima de la cama, me llamó mi amiga para comentarme uno de
los mayores dramas que suelen tener las mujeres (y no voy a negar que
quizás algunos hombres) cuando te das cuenta de que “se rompió el amor de tanto usarlo”.
Eso si no te lo rompen en todas las narices cuando pensabas que nunca
llegaría el momento de verle el fin. Y allí, sentada entre la ropa de
recuerdos y las palabras tristes, le escuché detenidamente.
Intentaba consolarla, pero es que, cuando
te rompen el corazón, no hay palabras, ni amigas, ni tiendas o
chocolate suficiente que te anime. Ni altos tacones o vestidos de cuero
que te saquen una sonrisa. Cuando se termina siempre se queda uno con lo
peor: “no me dejaba hacer nada”, “prefería pasar el día con sus
amigos a estar conmigo”, “no tuvo ningún detalle bonito”, “se le olvidó
nuestro aniversario”, “empezaba con masajes de buenos días y ya ni
contestaba porque no tenía tiempo…” dramas de los que te das cuenta
cuando ha terminado todo. Y digo yo, ¿Cómo es que no nos damos cuenta
antes? ¿por qué nos gusta no ver?
Dicen que el amor tiene fecha de
caducidad, pero nadie quiere que llegue la tan temida fecha. Pero cuando
llega, es un tsunami que te arrolla y te lleva directamente a la cama y
a las ganas de no ver ni la luz del sol. ¿Nos van los dramas? ¿Cuánto
debe durar el drama? Mi desdichada amiga seguía llorando al otro lado
del teléfono, maldiciendo el día que le había conocido, lo tonta que
había estado al no darse cuenta antes y cómo había sido posible estar
tanto tiempo tan mal.
No nos damos cuenta, pero es la verdad.
Le dije que tenía que desahogarse, salir al día siguiente y meter en una
caja todas sus cosas, tirarlas a la basura o, si servía algo, donarlo a
los más necesitados, desterrar cualquier recuerdo de ambos y empezar a
pensar en encontrar su propio momento para empezar desde cero. Sé que es
muy fácil aconsejar a los demás, pero, tampoco podemos empujar a las
personas al borde del abismo, empujarles o darles la cuerda para que se
la enrollen al cuello y se suiciden sentimentalmente hablando.
Tras decirle que en una hora nos veíamos
en la cafetería de siempre y así, podríamos hablar con más calma y
tranquilidad, rebusqué de entre la montaña de mi cama un jersey azul
marino y los vaqueros y me dispuse a encontrarme con ese momento, con
una amiga destrozada y un corazón roto en pedacitos.
Y es que llegas un día en el que te das
cuenta de que si, en el fondo, puedes quererlo (o tener la sensación de
quererlo), de que hay buena sintonía entre dos, pero eso no es
suficiente. Tienes que dejar un tiempo de duelo, para asumir y asimilar
que ya no hay nada, ni cenizas, y cuando pasa, pensar si merece la pena o
no continuar con una amistad. En ocasiones son engaños hipotéticos de “a lo mejor cambia”, “a lo mejor las cosas va a mejor”,
pero no, no, de donde no hay, no se puede sacar. Y el ex, por mucho
nombre que tenga, siempre tendrá ese prefijo, odiado por muchos y ganado
a pulso por otros. Y es que el prefijo “EX”, de origen latino que entra
en la producción de nombres, adjetivos y verbos con el significado de
‘fuera’ o ‘más allá’ y se une a la base léxica formando una sola
palabra. No deja de resultar curioso. Empezó siendo algo de fuera que
convertiste en algo de dentro, lo hiciste tuyo, y ahora, vuelve al mismo
término de donde comenzó. Solo que ahora siempre le unirá esas dos
letras que serán lo que hagan que le odies, le ignores o con un pequeño
recuerdo, quede unido a ti de por vida.
Se lo dije a ella. No lo intentes. No
quieras volver a sentir, no vuelvas a engañarte. Es normal que eches de
menos la sensación de estar con alguien, de tener un hombre a tu lado
que te diga cosas, que te haga sentir especial. Que el refranero español
es muy sabio y que “mejor sola que mal acompañada” deberían de
llevarlo escrito muchas mujeres (o incluso hombres), en sus camisetas,
ahora que viene el buen tiempo, a modo de reivindicación, que se entere
el mundo.
Del café pasamos a las copas. Eso siempre
anima, siempre hace que veas las cosas con un poco más de claridad, que
pienses eso de “a grandes males, grandes remedios”, que tengas
que quitarle el móvil de las manos literalmente porque es cuando más
pecados se comenten. Los mayores himnos de arrepentimiento de “te echo de menos”, “prometo cambiar”, “todavía te quiero”
se han dicho con más miligramos de alcohol en sangre que una
destilería. Y eso lo saben muy bien los camareros que atiendes a bellas
damas de bar.
Me pedí un Martini (seco), y ella otro
gin-tonic. Al menos empezaba a pensar algo más cuerda cuando el camarero
le dijo que nos invitaba a otra copa si ella sonreía. Siempre lo he
dicho y siempre lo diré, hay camareros con más psicología y experiencia
que psicólogos recién titulados. Algunos hombres deberían aprender de
ellos.
No nos engañemos, no hay nada más
violento, desagradable e incluso odioso que encontrarte con un ex. Y es
de esos momentos en los que no sabes si sacar el móvil de la mano y
hacer como que mandas un mensaje, cambiarte de acera, dar la vuelta a
medio mundo por no tropezarte o… acercarte y saludarle con un “te veo muy bien, se ve que has madurado”. Da
igual la edad que tengas y el tiempo que haya durado la
relación-affair-lio-rollo-entuerto que al final, ese momento llega. Y te
encuentras al ex de turno con unos cuantos kilos de más, papada, canas
por doquier, o igual que cuando lo dejaste. Lo que si es cierto y
coincide en el 80% de los casos es que te preguntas “¿En qué estaba yo
pensando cuando empecé a salir con susodicho elemento? Es cierto, casi
todo el mundo se arrepiente. Eso era lo que ella pensaba. Tendrían que
verse, porque los dos, además de tener amigos en común (que esa es otra,
porque al final los amigos se tienen que repartir, y vuelven al lado de
donde salieron), compartían algunas aficiones como la escalada.
El “no te preocupes” de turno no
sirve. Y entre copa y copa, y el camarero que veía lo afectada que
estaba mi amiga, le ofreció que en cuanto cerrara, la invitaba a darse
una vuelta a “su lugar favorito”. A ella se le veía de lo más feliz y empezaba a pensar eso de “no hay mal que por bien no venga”. La vida es así. Todo sigue.
Los ex. Ese gran mundo desconocido del que nadie quiere oír hablar de
él. Todos tenemos, como mínimo uno en nuestra maleta, con más o menos
fortuna, de mayor o menor duración, con más o menos decepciones. Ex que
quizás fueron algo y ahora no son nada.
Le di un fuerte abrazo, le guardé el
móvil en el bolsillo de su chaqueta y le dije que al día siguiente
hablaríamos. Seguramente ella despertaría con una gran resaca, con una
cara algo alegre tras una noche movidita, intentos de olvido a base de
besos desconocidos, orgasmos dedicados, abrazos complacidos y vuelta a
la realidad.
Decir poco y que ya resulte demasiado. La
tentación es de quien la tienta. A buen entendedor, pocas indirectas
faltan. Que su vida ya tiene dueño y los ex, siempre ex son.
Fuente Los Tacones Rojos