De acuerdo con los estudios en
neurobiología de la imaginación de Daniel Drubach en 2007, las
modalidades visual, auditiva y táctil son las principales fuentes de
nuestra representación imaginada (erótica o no erótica).
Sin embargo, hasta el 70% se basa en lo
que vemos; más de la mitad de nuestra corteza cerebral se dedica al
procesamiento de la información visual. Por ello, en una fantasía sexual
rara vez incorporamos olores o sabores.
Regalada o percibida, la fantasía se
instaló y tu cerebro insertó tu autoimagen al escenario. Pero, ¿de dónde
parte? El sexólogo y filósofo existencialista James Park, en su libro
Imprinted Sexual Fantasies: A New Key for Sexology (2008) afirma que
“ciertas ideas, imágenes, y todo objeto de deseo que se traduce en
fantasía de sexo se imprimen en nuestra mente en algún momento de la
infancia. La impresión es rápida y permanente, en contraste con el
aprendizaje, que requiere la repetición constante y el refuerzo”.
Por su lado, Zoltan Dienes, profesor en
psicología experimental de la Universidad de Sussex, Reino Unido,
asevera que la excitación sexual es inhibida por diversas ansiedades de
nuestro contexto cultural y relaciones, por lo que la fantasía sirve
para negar esas ansiedades. Por lo tanto el contenido de una fantasía
será predecible desde la naturaleza de las ansiedades de cada persona.
Fantaseamos con lo inalcanzable o ‘prohibido’. Porque elude el miedo o
la culpa.
Asimismo, el terapeuta sexual Ian Kerner
(She comes first, 2009), puntualiza que en especial los hombres
fantasean con su pareja (libres de ansiedad) pero en situaciones que no
se atreverían a pedir o sugerir. Y encontró que no sólo se imprimen en
la infancia sino las adquirimos cuando algo o alguien nos las ‘vende’ al
representar una propuesta de satisfacción. Algo muy frecuente tras ver
cine o imágenes porno.
No olvidemos además, que muchas fantasías
pese a ser cumplidas no desaparecen de nuestro imaginario erótico, no
están más reprimidas pero promueven ingredientes placenteros. La
obsesión con cierta imagen no siempre proviene de la represión sino del
deseo de repetición liberado.
El Dr. Drubach advierte que “aunque una
representación imaginada puede claramente invocar una respuesta
emocional, las representaciones no fenomenales -como los estados
emocionales- no pueden imaginarse independientemente del objeto que lo
genera. Por tanto, no podemos imaginar amor o temor”. O sea no puedes
amar a un personaje durante tus fantasías, pero tu imaginario sí puede
dotar de características creadas, espejismos, a alguien que conoces y
con quien has tenido encuentros sexuales oníricos (sin que siquiera lo
advierta) y por ende, sentir enamoramiento. Puedes producir sustancias
que te engañan, creando sensaciones de cercanía o intimidad pese a nunca
haberte atrevido a hablarle. Y todo está en tu cabeza porque la
experiencia física no sucedió. He aquí la incógnita, si tu cerebro lo
cree, ¿pasó o no?, ¿qué diferencia hay entre lo intangible y lo físico?
Un estudio del Departamento de
Neurociencia de Imágenes en Londres, halló que las áreas prefrontal y
premotora, así como las límbicas y paralímbicas -que están implicadas en
el procesamiento emocional y en la memoria- tienen una actividad casi
idéntica cuando imaginamos una escena o la vivimos. Sumemos la respuesta
sexual y ‘cerebralmente’ tuviste sexo. En efecto, podemos partir los
límites de lo existente y hacerle trampa al cerebro hasta que nuestros
‘frenos’ conscientes nos indican que todo eso sigue ‘en la nube’, en el
espacio virtual. Entonces surgen los sentimientos de inadecuación,
melancolía o enojo por su carácter intangible.
En otros casos, el alivio, porque nuestra ética no soportaría que fuese verdad. No hay manera de detener o impedir que una fantasía surja, por ‘inadecuada’ o ‘inmoral’ que parezca. Porque no están sujetas al escrutinio, por tanto son ilimitadas. Generan malestar al enfrentar lo socialmente impuesto como incorrecto o satanizado.
De acuerdo a la sexóloga Marta Puga “una
fantasía a nivel de terapia es un indicativo. Cuando es muy recurrente
y/o genera incomodidad es importante revisar qué está pasando: ¿es algo
que se detonó en una etapa de tu vida?, ¿Cuándo surge la fantasía?, ¿qué
es lo que provoca?”. Una vez que se evoca dicha fantasía hay que
revisar qué sensaciones despierta en tu cuerpo o a dónde te remite. De
ese modo se busca asociarla con un suceso con el fin de que un
especialista te ayude a cambiar el concepto de dicho suceso -el cual
como tal no puede modificarse, pero sí cómo se concibe- y bajo otra
perspectiva se vive y se integra o se descarta.
Digamos que tus fantasías incluyen
elementos creados por la pura imaginación: criaturas extrañas tipo
alebrijes, diseñados con pedazos de distintas especies o situaciones
extraordinarias como ir volando sobre una alfombra hecha de genitales.
Cada ingrediente, no pudo crearse si no lo hubieras ‘copiado’ de un
recuerdo, aunque no tengas clara su impresión. El fetiche no podría
tener garras, si no conocieras el concepto de garras. Como bien dice
Gerard M. Edelman y su antropología neurológica, “Vivimos un presente
recordado”.
Además, las representaciones imaginadas frecuentemente aparecen sin el deseo de imaginarlas. “Casos extremos de ese fenómeno se representan en estados patológicos como el estrés traumático y ciertas formas de trastornos compulsivos”, asevera Daniel Drubach.
Fantaseamos para escapar de la realidad
inmediata y obtener satisfacción. Se producen grandes cantidades de
serotonina, endorfinas, y otras sustancias que nos mantienen en estados
de gozo. Pueden suceder durante actividades nada sexuales como una junta
de trabajo o ya bien como aderezos del coito o el autoerotismo.
Comenzamos desde la infancia: imaginamos situaciones de contacto que se
fueron enriqueciendo eróticamente al conceptualizar nuestras respuestas
sexuales, basadas en nuestros mapas. Y moriremos con dicho privilegio.
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