viernes, 17 de enero de 2014

Relato erótico: ¿Qué crees?

Quiéreme. Échame de menos.
Mándame un poco de luz y amor cada vez que pienses en mi, y déjalo así.
 
tacones+rojos+blog

Y de repente te despiertas una mañana después de haber tenido un buen sueño y resulta que te das cuenta de que la realidad es todo lo que te rodea. Suspiras profundamente, sales ahí fuera con aparente intención de comerte el mundo aunque por dentro, algo te dice que le necesitas, que quieres tenerle cerca, que te encantaría hacer todo aquello que sigues teniendo en tu cabeza.

Él era un chico normal, aunque tenía algo especial que me hacía vibrar cada vez que le sentía cerca, me hacía sonreir sin más, estar cómoda y con ganas de no despegarme de su lado. Era algo así como una sensación maravillosa de no querer salir de allí.
 Le conocí, como suelen pasar estas cosas casi de repente, de casualidad. Yo no tenía ganas de acudir a aquella reunión pero al final me decidí a hacerlo y me senté en primera fila, algo a lo que ya me he acostumbrado. Al rato entró él, tan bien vestido, con ese pelo castaño, esa sonrisa traviesa y su aire un tanto chulesco, como el que tiene el poder sobre sus hombros pero no quiere abusar de él. Le comenté a mi compañera que ese chico sería mío. Quizás lo dije sin querer, lo dije como el que dice algo que se lo va a llevar el viento. Pero en mi interior yo quería decirlo de corazón, en realidad lo quería para mi, para no compartirlo con nadie más.

Nos volvimos a encontrar en una cena. Yo recuerdo que estaba bebiendo una copa de vino blanco, llevaba un traje rojo corto y el pelo suelto, mientras que él, iba elegante sin necesidad de llevar chaqueta. Y nuestras miradas se cruzaban, como esas furtivas intenciones, como quien no quiere la cosa, pero en el fondo lo desea. Nos sonreíamos, apartabamos la mirada. Es algo mágico el poder de la mirada, cómo es capaz de decirte “te deseo” sin necesidad de abrir la boca. Me arrepentí de no haberme acercado a decirle nada.

El tiempo pasó y no volví a saber de él, hasta que de repente, un día, por casualidades de la vida, volvimos a encontrarnos y esta vez sí, no quise dejar que pasara la oportunidad. Creo que si hay algo de lo que deberíamos arrepentirnos es de aquello que dejamos pasar, de lo que no nos atrevemos a hacer. Entonces cuando terminó la reunión le dije quién era, qué estaba haciendo allí y que de algún modo, podría contar conmigo para cualquier cosa que necesitara. Sonrió. Creo que captó todas las directas e indirectas que le había mandado.

Es curioso. Podemos escribir unos días antes lo que nos gustaría que sucediera, cómo nos gustaría que fueran las cosas y ni por asomo se acercará a cómo sucederán. El destino (ese que muchos creen conocer y otras tantos reniegan de él) siempre tiene algo nuevo esperándonos. Donde menos lo esperamos, cuando menos lo imaginemos. Y es que al final, siempre tiene la vida algo bonito que nos espera por ahí, tras una reunión, tras un camino que parece que se hace más corto que de costumbre, tras miles de ideas que una tiene en su cabeza, las cosas de repente suceden.

¿Por qué esa necesidad de decirle a todos lo que pensamos? He aprendido con el tiempo que unos van, otros vienen. Unos te enseñan y de otros se aprende. A unos se les quiere y a otros se les echa de menos. A unos les dices ven y a otros les dices voy.

Fuente: diario de los tacones rojos

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