lunes, 10 de marzo de 2014

Pinocho en el país de las mentirijillas.

 
Llamadas perdidas de la razón y el corazón comunicando...


Los que me conocen, saben lo dada que soy a encontrar sentido a todo lo que me rodea, aunque en ocasiones sea demasiado complicado entender determinadas circunstancias. Pero lo cierto es que al final, una entiende porque en definitiva, nos enseñan.
 
Aquella noche estaba sentada en el sofá, cambiando de canal esperando la hora para ver la película que en breve empezaría como siempre empiezan las películas: con un título. Y muchas veces, nos venden el título y un adelanto tan bien montado y editado que al final te  enganchas y crees que te va a gustar incluso antes de saber exactamente de qué va. Y lo más gracioso es que elijen a unos protagonistas a los que intuyes que todo le va a ir bien. Las películas comerciales, aunque tengan un guión entretenido, es lo que hay.
 
No pasa así con las películas porno, esas que tienes a mano, para la mano y con la mano. Al final, sabes cómo van a terminar tras unos cuantos gemidos, posturas extrañas varias, contorsionísmos de circo, caras exageradas, bocas sin fin (de las de garganta profunda) y tras muchas idas y venidas, el chico recoge la ropa, la deja en la cama (o en el coche, descampado, frutería o jardín del vecino) y le dice si te vi, no me acuerdo. Y ella, con el pelo algo despeinado pero con el maquillaje intacto, espera la venida gloriosa de su affaire sentimental, fingiendo que estaba resfriada y que por eso anda con esa cara. Lo siento amigas, una buena faena, bien rematada, incluye maquillaje en las sábanas, rimmel corrido y pelo cual vendaval traído de los aires del norte. Y si no terminas así, lo siento, de corazón.
 
Y es que nos venden unas películas que al final, las más ingenuas se las terminan creyendo (y no me refiero a las porno, que hay algunas que también) sino a las comerciales, y hoy, haciendo un post algo cinéfilo, aprovecho para aquellos a los que os guste este género más... de acción y profundo (dependiendo del ángulo de cámara, más profundo de la cuenta), hay una directora del llamado "pornografía feminista" (¿Sabíais que existía ese género?) pues sí, es Erika Lust y os la recomiendo para esas noches aburridas, de espera, de desesperanza, de necesidades varias...
Como os iba diciendo, el cine en general, hace mucho daño a las mentes en general, y a algunas en particular, pensando que ese hombre que han visto, tal y como se lo han vendido, así será. O que ese hombre bien armado (en todos los sentidos) será algún día el espejo en el que mirarse.
 
Tengo mala memoria, lo reconozco. Ya no se cuál fue la película que vi si era: "Blancanieves y los siete cerditos", "Leyendas de rencor", "Los caballeros las prefieren con dinero y a lo loco" o alguna de Almodóvar como "Los amantes lejanos" o "Luci, Patri y Chon: Todo sobre las chicas del montón". No se cuál de ellas me gustó más. Aunque extrañamente, todas tenían algo en común.
 
Como toda película que se precie, siempre ponen un final, que generalmente se termina con las letras de "Fin" o "The End" y un fundido a negros con, seguidamente, los títulos de crédito en los que salen los protagonistas por orden alfabético o de importancia y seguidamente equipos artísticos, técnicos, con los agradecimientos y (no hay que olvidarlo) los que han hecho posible que se realice la película: los extras. ¿De quiénes pensabais que estaba yo hablando?
 
En toda película que se precie, el extra, es esa persona que actúa con un caché mucho menor, y que hace las tomas previas del actor principal, o para ocupar su lugar en tomas de riesgo. En la vida real es igual. Están las actrices principales, luego están las secundarias y de vez en cuando aparecen las extras. Lo que pasa es que, tal y como muchas se creen, no suelen tener los papeles que se creen representar. Y cuando vas de actriz principal solo eres un extra. O los hay que van de actores secundarios y son el actor principal. Pero aquí está la mañana del público espectador para averiguar qué papel tiene cada uno.

Mi amiga, hablando conmigo, me comentó esto mismo. Estaba en la cama con el chico en cuestión (ella se pensaba que era su novio, él se tomaba por ligue de unas cuantas noches pasajeras), y empezó a replantearse si quería un hombre en su vida con más idas que venidas, que a los ojos de la sociedad representaba el papel de actor principal y en su vida era un simple extra. Aunque en la cama siempre adoptaba el papel de actor secundario (que bien le podrían haber dado el papel de actor revelación). Él era un egoísta (como ya le dije, no esperarías que encima fuera generoso), y cruzándose los brazos detrás de la cabeza, le dejaba a ella que hiciera con su cuerpo lo que quisiera. Al principio tenía su gracia, porque ella se sentía la dominatrix de la relación, pero tras un par de encuentros, la cosa cambió. Y a pesar de llamarla a media noche pidiéndole consuelo entre sus piernas, ella le invitaba tras secarle las lágrimas a golpe de lengua y volvía a caer en el mismo guión que se había aprendido su actor de turno. De vez en cuando le preparaba una velada con velitas, o cena romántica (a base de Hamburguesas), o una escapada (que ella costeaba) a un pueblo perdido del mundo, para que le perdonara sus momentos de tensión (fruto de un trabajo inexistente), pero como buen actor, o hacía eso, o peligraba su sustento principal.
Hasta que se cansó, no le volvió a coger la llamadas y puso punto y final, con esas letras de "Fin" que con tantas ganas esperas tras un tostón infumable de historia.

Y como no podía ser de otra forma, tras detestar a todos los actores con los que se había encontrado hasta ese día, mi querida amiga me pidió que le recomendara una, de esas con las que relajarse el fin de semana. Y de entre mi colección, le recomendé la de "Pinocho en el país de las mentirijillas". No era una gran película, pero sin duda, los actores eran muy buenos. Tanto, que incluso ellos mismos se confundían y se metían tanto en el personaje que no sabían si realmente estaban juntos o no. Si él quería a la mujer con la que estaba porque le mantenía o realmente estaba profundamente enamorado de su jefe, el cual, representaba el hombre que él en el fondo quería ser: fuerte, con éxito y respetable. A golpe de mentira y de pesa, iba liándose su vida, con mujeres a las que engañaba, a otras a las que usaba... La película la verdad es que al principio pintaba de lo más interesante, lo que pasa es que conforme avanzas, se ve venir.  Le he recomendado que después de verla, se pinte los labios de rojo, se ponga el mejor vestido que tenga y salga a comerse el mundo y que cuando esté preparada, deje que se la coman a ella, eso sí, sobre la cama y con un actor principal, que al menos, con la idea de que le pueden dar un premio, se lo trabaja más.

Como quería que le acompañara, me puse mis vaqueros y unos tacones y nos fuimos a una clase de salsa (sí, esa música de tintes sensuales y algo eróticos donde uno se restriega la entrepierna con la rodilla del que tienes enfrente). Tras ver el panorama, me senté en una silla y me pedí algo light, para estar atenta a los movimientos del mulato que se estaba camelando a mi amiga. Él le rozaba sus manos por la cintura, antes de arrancar camino arriba, le daba vueltas y mientras la ponía pecho contra espalda, le arrimaba contra su pantalón y lo que de allí comenzaba a abultarse. Se le notaba en la cara a ella, aquellos movimientos y las palabras que el muchacho le estuviera diciendo al oído le estaba gustando. Y ella sonreía y se arrimaba más. Un dedo se deslizó por el pecho de ella y sus pechos se marcaban a través de la camiseta tan pegada que había decidido ponerse ella.
El chico la cogió de la cabeza y a unos cuantos centímetros de su boca, le pasó la otra mano que tenía libre por su hombro, bajando lentamente por el brazo hasta llegar a la mano y sin darse cuenta, la volteó y la puso a su lado, mientras con su cadera, empujaba la de ella hacia un lado, y tras otro roce fortuito por la espalda hasta llegar a su cadera, le dio de nuevo la vuelta y le metió la rodilla entre sus piernas, mientras la cogía en el aire.

Me estaba convirtiendo en la espectadora de lujo de aquella película que bien podría llamarse: "60 segundos" que era lo que iban a tardar en irse al baño, a terminar el baile de contorsionismos y a rematar el baile, con menos ropa. Se le notaba en los ojos las ansias, las ganas de fundir su lengua en su boca, de mezclar su saliva con la de él, de notar el calor que desprenden dos cuerpos que se tienen ganas, de susurrarle al oído alguna de esas palabras mágicas que terminan por activar el cuerpo y de abultar zonas que rebosan pasión. Las luces casi apagadas y la música de fondo. Todo un festín para los que andan con hambre.
 
 Les dejé allí, mientras pensaba en esas películas que yo había protagonizado. No había más. Tampoco había menos.
Quien se va, siempre deja algún equipaje. Al mal tiempo, buena cama. Al principio, algunas cosas se pueden decir con las manos. Al final, la que te desnuda, es la verdad. 
 

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