¿Os acordáis de lo incómodo que era tener
que levantarse para cambiar el canal de la tele hace unos cuántos años?
Era lo más antinatural del mundo, ¡¿cómo podíamos ser felices?!
Pero todo cambió radicalmente con la llegada de (tachán): el mando a distancia.
Afortunadamente los vibradores todavía no
emiten anuncios y no hace falta hacer zapping, pero a veces los
botoncitos que regulan las funciones se encuentran fuera de mano, vamos,
que se encuentran dónde se tienen que encontrar, pero no es posible
manipularlos sin hacer una indeseada pausa.
Por eso el mando a distancia es un
complemento fantástico ya que puedes modificar el programa sin
interrumpir nada de lo que estés haciendo, sea lo que sea que estés
haciendo, que no serán magdalenas cuando de lo que estamos hablando es
de vibradores, ¿no?
Pero lo más importante es el factor
“doble placer”, porque al placer físico intrínseco al sexo se le añade
el incomparable placer de tener el mando: millones de hombres y mujeres
luchan cada día por tener el mando. Ellos, sus hijos y los gatos de sus
hijos. Así que quién tenga el mando tendrá también el poder de poner el
canal que más le ponga. Y eso da muuuucho placer.
En la utilización del mando a distancia
sólo hay que tener en cuenta un par de consideraciones importantes: la
primera es que el mando ha de estar a mano desde el principio. Si el
mando a distancia está a más distancia que los propios mandos del
vibrador, pues ya me dirás…
Y la segunda regla es la de no dejarlo
encima de la mesa del salón ni al alcance de niños y/o mascotas. Regla
que hay que elevar a la categoría de dogma de fe inviolable cuando el
vibrador está en uso. Porque si el mando cae en las manos inapropiadas
puedes llegar a tener sexo teledirigido, y sentirte como un vulgar
cochecillo de esos que chocan contra todo.
Para finalizar, volviendo a los mandos de
la tele, recordaros la famosa historia de aquel vecino de Trampa
(Connecticat) que vivió sus últimos 37 años sin moverse de un cuadrante
del salón, porque al ir a cambiar de canal vio que el mando estaba más
lejos que el propio televisor y fue incapaz a decidirse. Nunca llegó a
cambiar de cadena. Murió de pie, con un ojo en el mando y otro en la
tele.
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