Pastilla mágica, pastillita azul,
diamante azul de la sexualidad, sildenafilo o como tod@s la conocemos
más coloquialmente: Viagra.
La
Viagra llega a nuestras vidas en 1998 y los laboratorios que la
comercializan buscaban en realidad un medicamento para la hipertensión
arterial y la angina de pecho. Poco después se descubre su
capacidad en la vasodilatación de los cuerpos cavernosos del pene y, por
ende, se comienza a comercializar en Estados Unidos como el primer medicamento que soluciona la disfunción erectiva. Desde entonces las ventas no han parado de subir.
No soy médica, ni uróloga, ni
farmacéutica ni nada que se le parezca, pero sí soy sexóloga y creo que
l@s sexólog@s tenemos mucho que decir acerca de “la pastillita azul”,
aunque nadie nos pregunte. No me malinterpretéis, este no es un artículo
en contra del Viagra y, como ya he dicho, no soy médica y no voy a
entrar en los efectos farmacológicos, en las indicaciones o en las
contraindicaciones. Confío en la ciencia y en la medicina. Entiendo que
si no podemos andar bien, necesitemos unas muletas o una silla de
ruedas, pero también comprendo que no valen de nada unas muletas si lo
que me pasa viene determinado por un impedimento psicológico.
Lo que quiero deciros es que cada día nos llegan más casos al Centro Terapéutico Hedoné de hombres “enganchados” a la pastillita. Por
norma general son hombres sanos, sin ningún tipo de problema orgánico
ni dificultad física que les impida tener una erección. Pero son hombres
preocupados y angustiados que han descubierto en el Viagra una manera
directa de solucionar el problema.
La mayoría de estos hombres traen consigo problemas que van más allá de la simple erección y el Viagra no hace más que tapar estos problemas: ansiedad, miedos, tabúes, situaciones traumáticas, estrés…
Si hacemos un repaso por el panorama
cinematográfico, nos vienen imágenes de muchos momentos donde el
protagonista ha tomado Viagra y, en el momento más inoportuno posible,
su pene decide ponerse en erección como por arte de magia, creando un
momento embarazoso para el protagonista y jocoso para los espectadores.
Estas y otras cosas hacen que el mito y la fantasía, además del
desconocimiento, planeen sobre las “pastillas azules”.
La disfunción efectiva es real, causa
malestar a muchos hombres y a muchas parejas, pero una pastilla en
hombres sanos físicamente y relativamente jóvenes no es la solución. En
la mayoría de los casos, existe un problema que no es orgánico, sino
psicológico. Tratemos entonces el problema de raíz. Guiemos,
eduquemos, informemos a los hombres y a las mujeres de que existen más
alternativas.
Existen profesionales responsables, pero
me he encontrado con pacientes menores de treinta con la receta de
Viagra debajo del brazo después de acudir al urólogo. Hombres que,
después de descartar los problemas orgánicos comienzan con las pastillas
azules y son su salvavidas para mantener cualquier tipo de relación
sexual.
No
fomentemos el “conflicto bola de nieve” o “el rol del espectador”
donde, si en algún momento ha ocurrido una disfunción erectiva,
significa que ocurrirá más veces. Apostemos (siempre que se pueda) por
cortar el problema de raíz. Trabajemos la ansiedad, los miedos y la inseguridad.
L@s sexólogos intentamos crear hombres y mujeres sanos sexualmente,
capaces de disfrutar del sexo y de su cuerpo en su globalidad. Apostamos
por nuevas masculinidades más flexibles y seguras donde los hombres no
tengan que estar pendientes de la erección de su pene.
Inténtalo, pregúntanos, consúltanos. ¡Estaremos encantad@s de acompañarte!
Cristina Hernández Carrera
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